jueves, 5 de mayo de 2011

Blade Runner 1982

A principios del siglo XXI, la poderosa Tyrell Corporation creó, gracias a los avances de la ingeniería genética, un robot llamado Nexus 6, un ser virtualmente idéntico al hombre pero superior a él en fuerza y agilidad, al que se dio el nombre de Replicante. Estos robots trabajaban como esclavos en las colonias exteriores de la Tierra. Después de la sangrienta rebelión de un equipo de Nexus-6, los Replicantes fueron desterrados de la Tierra. Brigadas especiales de policía, los Blade Runners, tenían órdenes de matar a todos los que no hubieran acatado la condena. Pero a esto no se le llamaba ejecución, se le llamaba "retiro".
Blade Runner existe para demostrar a los intransigentes que la Ciencia Ficción no es un género menor. La belleza plástica de cada fotograma sin excepción se conjuga perfectamente con la sugerente música de Vangelis y con una historia que habla con palabras mayores: vida, amor y muerte, el núcleo de la existencia humana. Esta magistral película nos deja frases y escenas para la posteridad, como la de Tyrell y Roy, cual doctor Frankenstein y su monstruo, momento álgido entre el dios de la electromecánica y su perfecta creación; la del test Voight-Kampff a una Rachael interpretada deliciosamente por Sean Young y que es la parte más fiel a la novela original “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” de Philip K. Dick, ampliamente superada en la versión de celuloide; cada secuencia de la dulce y mortífera Pris –Daryl Hannah ha declarado que este director fue el que mejor partido supo sacarla–; o esa otra para recordar junto al plano ascendente del “principio de una gran amistad” en Casablanca como lo mejor del cine de todos los tiempos: “He visto cosas que vosotros no creeríais...”, comienza a decir Roy –un más que expresivo Rutger Hauer– a un perplejo Deckard, para culminar en un plano ralentizado de su rostro bajo la lluvia y el vuelo de la paloma hacia un cielo gris. “Lástima que no pueda vivir, pero... ¿quién vive?” sentenciará después el policía interpretado por Edward James Olmos a un Harrison Ford que da aquí con el mejor papel de toda su carrera cinematográfica. Y es esta última frase la que condensa toda la película al mismo tiempo que nos abofetea con un hecho irrefutable, triste pero hermoso, que es lo que da sentido a toda la existencia: la de esta portentosa obra de Ridley Scott que se mezcla entonces con la de nuestra propia vida. Una película de 1982 que a pesar de ello es ya un clásico entre los clásicos.

2 nominaciones al Oscar: Mejor dirección artística, efectos visuales

DIRECTOR Ridley Scott
GUIÓN David Webb Peoples & Hampton Fancher (Novela: Philip K. Dick)
MÚSICA Vangelis
FOTOGRAFÍA Jordan Cronenweth

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